Ya sabéis que siempre tengo puesta lo que llamo mi antena femdom, para captar momentos interesantes en películas, canciones, etc, como podéis ver pinchando en la etiqueta“con vídeo”, “con música”, en los GIF que monto para mi tumblr, y en mi canal youtube, donde por cierto, por si alguno lo echa en falta, hace poco me censuraron el vídeo de la pareja de cabecera, y eso que lo único “fuerte” es la desnudez total de él, que se intuye nada más para colmo. Pero en fin, así es la lógica ilógica de obligar a poner etiqueta de contenido adulto para censurar igualmente.
La antena femdom también la llevo siempre en mi vida diaria, lo que ocurre es que no veo nada destacable aparte de algún hombre que parece ponerse nervioso por algún detalle de mi comportamiento, consciente o inconsciente. Pero de vez en cuando hay excepciones, como las que traigo hoy. No son nada del otro mundo, pero son pequeños detalles que sumados seguro que harían mucho por la causa de naturalizar todo esto, por el bien de l@s que no queremos vivir en una mazmorra-armario, ni tampoco pasear al sumiso a cuatro patas y collar por la calle. Aunque claro, algun@s rezan para que esto se quede clandestino, que a ver entonces cómo iban a sentir el morbo de lo prohibido o hacer negocio con ello, pero volvamos a las anécdotas.
Un día me crucé con una chica joven que iba hablando en voz bastante alta por el móvil, al parecer con una amiga. En casos así no da mucho tiempo a pegar la oreja, pero ambas íbamos despacio, así que la oí decir, entre sorprendida y orgullosa:
“Mira, tía, es que me he dado cuenta de que a mí lo que me pone es estar encima de él, y comerle toda la boca a lo salvaje y todo eso...”
Os podéis imaginar la sonrisa automática que se me puso.
Otro trozo de conversación que capté fue el siguiente. Pasé cerca de un grupo de hombres de mediana edad que charlaban animadamente en cierto sitio que no viene al caso, y uno de ellos estaba diciendo cuando yo me acercaba: “... y claro, cualquiera se niega, hoy en día hay que decirle a la mujer a todo que sí”. No parecía muy entusiasmado, o tal vez era un sumiso fingiendo en sociedad, pero lo cierto es que lo dijo con sospechosa naturalidad.
Y la tercera anécdota es mi preferida. Estaba yo haciendo cola en la caja de un supermercado y delante tenía a una parejita muy joven. Cuando la cajera dijo el importe de su compra, la chica, que no tendría más de 15 años, miró al chico, que se había quedado detrás de ella, y con un simple pero firme “¡nene!” hizo que él se apresurase a buscarse en los bolsillos para pagar.
Al hilo de la segunda anécdota, me encanta esta escena de la película El fondo del mar, y estaría mejor si él animase esa cara y no equiparase sumisión con feminidad.