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El asiento de atrás- Relato femdom

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El día no estaba yendo según lo previsto, la aglomeración en el parking del centro comercial en fechas navideñas les había retenido durante media hora. Y no parecía que la cola de coches fuese a avanzar más rápidamente a corto plazo. Pero decidió sacar partido de la adversidad. No hay mal que por bien no venga, pensó. Y puso en marcha su plan improvisado. En cuanto vio aquel hueco libre resguardado entre paredes, aparcó de nuevo y se quitó la sensación de prisa. El estrés se lo pensaba curar de otra manera.
-Vamos al asiento trasero -ordenó a su acompañante.
Habían quedado un par de veces y no tenía claro si era el sumiso que andaba buscando. Pero para eso tenían que conocerse mejor, y eso incluía comprobar cómo se portaba en ese terreno carnal.
Pareció sorprendido por la orden pero obedeció sin pensarlo.
-Por supuesto, Señora, ahora mismo.
Salió del coche y se metió en el asiento de atrás. Sin embargo, ella no hizo lo mismo. Se giró y lo miró sin decir nada. Enseguida él cayó en su error. Volvió a salir y se acercó hasta ella.
-Perdón, debí abrirle la puerta, soy un maleducado, lo siento.
-Sí, sí que lo eres -dijo ella, y le dio un sonoro bofetón en cuanto salió del coche.
Él bajó la mirada y no se atrevió a moverse.
-Arrodíllate -añadió.
Cuando estuvo en posición, ella le agarró el pelo por la nuca y dio un tirón de su cabeza hacia atrás.
-A ver cómo te portas, porque no has empezado muy bien que digamos.
-Soy un estúpido, perdóneme, por favor.
-Ya veremos si te perdono después. Vamos adentro.
Esperó a que ella se acomodase y fue a sentarse. Pero hizo una pausa.
-¿Hay algo que deba hacer antes de entrar?
-Me alegra que lo preguntes. Sí, echa los asientos hacia delante todo lo que puedas.
Hizo lo que le indicó y regresó a sentarse, pidiendo permiso primero. Cuando estuvo en su sitio se quedó muy quieto, con el corazón acelerado. No sabía lo que ella tendría en mente y sentía una mezcla de ansiedad, excitación e incertidumbre difícil de controlar. Empezó a retorcerse las manos, sin saber qué hacer con ellas.
-¿Estás seguro de esto? -preguntó-. Piénsalo bien porque luego no habrá marcha atrás.
Él no deseaba otra cosa que ser suyo, así que asintió con la cabeza.
-¿Nervioso? -preguntó ella, recreándose en la sensación de poder que suponía conocer la respuesta de antemano y sabedora de que era su sola presencia la que le provocaba los nervios.
-Un poco, Señora -respondió él, sin atreverse a mirarla.
Pero eso fue justo lo que ella le ordenó en ese momento, que la mirase.
-Estoy aquí, ¿o te parece más interesante mirar la tapicería?
-Disculpe, no sabía si debía...
Le cogió la barbilla y giró su cara hasta quedar frente a su mirada.
-Pero mira que puedes ser tonto -dijo, con una sonrisa-. ¿No sabes si debes mirarme? Pero si no me has quitado la vista de encima en todo el día.
-Cierto, es usted tan guapa, Señora.
-Pues entonces déjate de gilipolleces y mírame mientras tengas el privilegio de tenerme delante.
-Gracias por el honor, Señora.
Ella soltó su cara, tras pasar una uña provocativamente por su mejilla y luego puso la mano en su cuello, apretando ligeramente.
-En este momento eres mío, ¿entendido?
-Sí, Señora -dijo él con dificultad.
-¿Quién manda aquí?
-Usted.
-¿Y quién me va a obedecer en todo?
-Este perro.
-Bien, parece que nos vamos entendiendo. Aquí dentro hace calor, con tantos coches en marcha.
Se quitó la cazadora de cuero y vio que él dirigía la mirada hacia el escote de su jersey.
-Ahora no me pides permiso para mirar, ¿eh? Serás descarado. Voy a tener que castigarte.
-Como desee.
Ella observó el creciente bulto en sus pantalones, y eso que apenas había empezado la acción.
-No hay mucho espacio, pero cabes de rodillas. Adelante.
Obedeció y observó cómo ella se quitaba el jersey. A continuación, con mirada maliciosa, desabrochó su blusa. Él tragó saliva y agradeció estar oculto de cintura hacia abajo para ella. No sabía si le molestaría notar su repentina erección.
-Pero, ¿será posible? ¿Te interesa más mi cuerpo que mis ojos? Uf, eres como todos.
Se quitó rápidamente un zapato y le metió un pie en la boca. Llevaba medias y él se recreó en aquella suavidad a la vez que cerraba los ojos ante el placer de la excitante humillación. Ella empujó el pie hasta donde podía entrar, haciendo un poco de daño.
-No te estoy dando placer inmerecido con mi pie, es para que aprendas a respetarme.
Cuando él tuvo la boca libre, respondió que no se volvería a repetir.
-Eso espero, ya bastante fastidio es estar atrapada en este lío de coches... Siéntate y quítate la camiseta.
Los cristales empezaron a empañarse. Mejor así, taparía la visión a posibles mirones.
-¿Quiere que le haga algo, Señora? Sólo tiene que pedírmelo.
-No hace falta que me lo recuerdes -dijo ella, mientras recorría con su pie el torso desnudo de su candidato a sumiso.
Llegó hasta debajo del ombligo y se detuvo. No estaban allí para que él se lo pasase bien. Podría ser el caso, pero primero venía el placer de ella. Incluso ese simple gesto fue suficiente para que él se ruborizase a causa del abultamiento creciente en su pantalón.
-Malditas estrecheces... Pero te vas a tumbar de espaldas. Dobla las rodillas o abre la puerta para sacar las piernas, tú verás.
La puerta permaneció cerrada. No era la postura más cómoda del mundo, pero cuando vio que ella se bajaba toda la ropa para sentarse en su cara, se olvidó del dolor en sus extremidades. Se quedó con la mente en blanco, sintiendo todo el peso de ella sobre su cabeza y sin poder respirar bajo aquellos prietos glúteos. No quería tener que salir de allí debajo nunca, pero una voz interna le decía que necesitaba tomar aire, aunque fuera por un segundo. Sin embargo, temía molestarla si se movía o trataba de comunicarse con sus manos. Aguantó un par de minutos más hasta que, por suerte, ella decidió separar su cuerpo.
Se quedó quieto, esperando nuevas órdenes. Ella se sentó en el poco espacio libre para quitarse del todo el pantalón y la ropa interior. Luego le ordenó que se sentase en la parte central del asiento trasero. El espacio entre los asientos delanteros le permitiría cierto margen de movimiento: flexionó el cuerpo por la cintura, extendiendo la cabeza hacia el parabrisas delantero y dejando su culo a la altura de la cara de él. Al instante siguiente estaba aplastándolo de nuevo con su tersa piel. Él dejó caer la cabeza hacia atrás, todo lo que le permitía el reposacabezas, y ella empezó a moverse. Se frotó contra su cara con todas las partes íntimas. El pantalón lo estaba matando. No pudo refrenar el impulso de bajarse la cremallera y liberar su miembro. Con otro acto reflejo se llevó la mano al palpitante pene. Ella se dio cuenta y subió los pies al asiento, a cada lado de sus piernas.
-Pon las manos en el asiento con las palmas hacia abajo y no las muevas -ordenó.
Él obedeció y entonces ella puso los pies encima de sus manos, pisándolo y evitando que pudiera usarlas para tocarse o para cualquier otra cosa. Se sintió tan controlado y humillado que la sangre se le agolpó aún más allí abajo.
Empezó a emitir sonidos guturales; no duraría mucho más sin correrse, y era lo último que le convenía en ese momento. Pero ella no se lo estaba poniendo nada fácil, cada vez cabalgaba su cara con más intensidad y rapidez. Hasta que de golpe paró.
-Quiero correrme pero en esa postura no puedo. Sal, rápido.
Él así lo hizo, semidesnudo como estaba, mirando con aprensión hacia el único sitio en el que podía verlo alguien desde los coches que pasaban a baja velocidad.
-No te quedes ahí pasmado. Arrodíllate.
Se alegró de recibir la orden, pues la puerta abierta hacía de barrera con el resto del mundo. El suelo estaba rugoso y frío, pero cuando vio que ella se sentaba en el borde del asiento y abría las piernas, no le importó nada más. Se esmeró en hacer que llegase al orgasmo con su lengua. Ella puso los pies sobre su espalda, y él se sintió aún más bajo su dominio. La mano apretando su nuca le indicaba que no parase, y así lo hizo, hasta que escuchó los gemidos que demostraban que había logrado su cometido. Él también estaba a punto de eyacular, pero sabía que no tenía permiso y se aguantó las ganas.
Después ambos recuperaron sus ropas y regresaron a los asientos delanteros. Ella parecía complacida pero permanecía en silencio, y él no se atrevía a pronunciar palabra. El atasco en el parking se estaba disolviendo, y en pocos minutos alcanzaron la calle. Dos manzanas más allá, ella detuvo el motor.
-Bueno, tú te quedas aquí -dijo.
Aquello estaba lejos de su casa, él no entendía nada. No pretendía que lo llevase hasta la puerta, pero esperaba al menos que lo acercase un poco.
-Señora, ¿está enfadada? ¿Hice algo mal?
Se giró para dedicarle una mirada directa.
-Antes te pregunté si estabas seguro de lo que íbamos a hacer.
-Y lo estaba. Y lo estoy, porque volvería a hacerlo.
-¡No me interrumpas! Sí, ya sabía que tenías mucha prisa por calentarte la bragueta. Pero cometiste un gran error.
Él no se atrevió a hablar, por si empeoraba su fallo, fuera cual fuese.
-Si. Fue un gran error. Estabas a prueba y no te puedes permitir estas cosas, porque yo no las tolero. Supongo que no tienes ni idea de a qué me refiero, tan ciego como estabas por llevarte el calentón. Y ese ha sido tu error, pensar más en ti que en mí... Dime, ¿me has visto cara de zorrita callejera para estar haciendo contorsionismo en un puto asiento trasero? ¿Acaso crees que no merezco un sitio mucho mejor y más cómodo? Soy una Reina, no una vagabunda.
-Pero Señora, usted misma quería...
-Lo que yo quería era ponerte a prueba. Y no la has superado. Ahora bájate y no me hagas perder más tiempo.
-Pero... ¿No volveremos a vernos? -preguntó el sumiso con un hilo de voz.
Ella hizo una pausa antes de responder, aumentando la angustia que sentía él por haberle fallado.
-Pídeselo a las Reinas Magas y diles que no te traigan nada más, porque el regalo de tenerme tan cerca ya te lo llevaste. Adiós y felices fiestas...

Mis demás relatos:Mis relatos femdom


Mi libro de relatos: Relatos femdom I


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