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Un verano con mi tía- Relato Femdom

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Ya sé que estáis ansiosos porque cumpla con mi tradición de relato de fin de año, así que aquí va. Esta vez cambiamos de estación y nos vamos de verano femdom, por no caer en la rutina :P

Mi tía está de muy buen ver a sus cincuenta años. Pero me atrae sobre todo por su carácter decidido y autoritario y también por el hecho de que no es realmente mi tía. Estuvo casada con mi tío materno durante veinte años y al fin se separó, harta de no vivir la vida que quería. Esa última parte pertenece casi más a mi fantasía que a la realidad, pero todo lo que rodea a mi tía ha estado siempre en una nebulosa de sueños húmedos.
A pesar del divorcio, ella mantuvo el contacto con mi familia, sobre todo con mi madre. Son buenas amigas, y por eso pareció de lo más natural que yo acabase ese verano en su chalet de las afueras, a solas los dos. Yo había suspendido demasiadas asignaturas ese año, más de las que mi madre estaba dispuesta a pagar en el nuevo curso de la universidad.
No te vendrá mal un poco de la disciplina de tu tía —me dijo, consciente del carácter estricto de su estimada cuñada—. A ver si te centras de una buena vez, que te distraes hasta con el vuelo de una mosca. Seguro que ella sabe cómo meterte en cintura, porque yo ya no sé qué hacer contigo.
No sabía nadie lo mucho que yo deseaba que ella me metiese en cintura, pero no tenía muchas esperanzas de que pasase algo remotamente parecido a un encuentro sexual. A pesar de la gran figura que conservaba mi tía, siempre se vestía de manera discreta, incluso en verano, y tenía claro que no me dejaría ni asomarme a su escote.
Fingí ante mi madre que iba a regañadientes y me dirigí al chalet en cuanto terminé de hacer la maleta. Mi tía me recibió con un tibio beso en la mejilla y me indicó enseguida las normas de la casa, que eran bastantes. Sentí que no me compensaría estar cerca de ella con tan poco margen de movimiento. Los horarios de cocina parecían salidos de una academia militar, hasta el punto de que fuera de las horas marcadas por ella, esa puerta permanecería cerrada con llave. En cuanto al resto de horas, me dijo que yo no podía usar la piscina ni tumbarme como un zángano al sol.
Este año tienes que reconocer que no te has ganado ese privilegio, ¿no crees, Borja?
Cierto, tía, no lo merezco —dije, avergonzado como si fuera un párvulo.
Qué manía con llamarme tía. No vuelvas a hacerlo o atente a las consecuencias —dijo, con una media sonrisa de picardía.
Lo siento, Rosa, es la fuerza de la costumbre, y por escuchar a mi madre todo el rato hablando de ti con ese título.
Bueno, basta de charla, tienes mucho que hacer y mejor que empieces cuanto antes.
Deshice con desgana la maleta y me instalé en la habitación de la planta alta que me indicó. Lo único bueno de ese cuarto era que daba justo a la piscina. Por un lado era una tortura mirarla sin poder disfrutar de la natación, pero para mi suerte, mi tía pasaba largas horas tumbada al sol al borde del agua. Por la mañana sólo nos veíamos en el desayuno, antes de que ella saliese a donde quiera que fuese. Quizá iba al gimnasio, a juzgar por el buen estado físico que tenía siempre. El caso es que me dejaba solo toda la mañana.
Ya sabes que la llave del jardin la tengo yo, pero aun así, no quiero que te dediques a otra cosa que no sea estudiar aquí dentro de la casa. Porque sabría si lo haces, y no me preguntes cómo.
Yo estaba convencido de que me decía esas cosas por pura presión psicológica, y lo más curioso es que funcionaba para tenerme con la nariz pegada a los libros. Luego comíamos juntos, aunque apenas hablábamos mientras mirábamos hacia el televisor. La cena la hacía solo, porque ella tomaba un yogur o algo parecido en su dormitorio. Y luego trataba de dormirme temprano, a pesar de las imagenes que me asaltaban a esas horas.
Cuando mi tía salía al jardin para nadar en la piscina y luego tomar el sol, yo no perdía detalle desde detrás de la cortina. No resultaba fácil, ya que desde su posición podía verme en cualquier momento, pero casi siempre leía o miraba su móvil, de manera que fui relajando mis precauciones y bajando la guardia a medida que pasaban los días. Así fue como me habitué a mi paja diaria de sobremesa, mirando ese escultural cuerpo desde mi ventana. Cuando se ponía crema solar sobre las tetas desnudas era capaz de correrme en medio minuto.
El verano no estaba yendo tan mal, dadas las circunstancias. Pero todo cambió cierto día. Y no precisamente a peor.
Estaba tan absorto en mirarla y tan concentrado en lo mío, que me pilló desprevenido que ella se bajase las gafas de sol de repente, mirando hacia mi ventana. No sirvió de nada que me retirase de golpe: demasiado tarde, me había pillado in fraganti. Y me dispuse a pagar las consecuencias. Porque sabía que ella no pasaría por alto ni un solo fallo por mi parte.
Al cabo de dos minutos la tenía en la puerta, con los brazos cruzados y mirada desafiante. Seguía en bikini, y yo apenas podía reaccionar ni tapar mi erección con la camiseta.
¿Y bien? —dijo ella, acabando de entrar y cerrando con un portazo—. ¿Así es cómo estudias? ¿Así es como agradeces que te acoja en mi casa? ¿Se lo cuentas a tu madre o se lo cuento yo?
Al fin reaccioné. Aterricé un poco a la realidad. Una cosa eran mis fantasías y otra lo que me podía acarrear mi libido descontrolada.
No, por favor, Rosa, no hace falta que cuentes nada, no ha pasado nada, en serio, te lo juro, sólo estaba descansando un momento. No creo que mirar por la ventana sea un crimen.
Zas. El bofetón me pilló por sorpresa.
Deja de mentir y de tomarme por una imbécil. ¿Y qué es eso que tienes ahí dentro, un calcetín, o también veo visiones?
Me quedé callado y completamente abochornado. Lo peor era que mi erección no disiminuía, al contrario: era como si mi cuerpo gritase lo que llevaba tanto tiempo callando. Quería que me hiciera suyo, ya no podía esperar más ni podía pensar en otra cosa.
No sabía lo que pasaría a continuación. Quizá me echaría de su casa y allí acabaría todo. Pero no ocurrió así.
Tomó mi brazo y lo retorció con una fuerza que me sorprendió, a pesar del buen tono muscular que mostraba. Pero yo también estoy fuerte, y no pude hacer frente a su arrebato, aunque en el fondo estaba deseando que me derribase. Me empujó contra la cama y caí boca abajo. Entonces ella me bajó las calzonas de un tirón y, para mi sorpresa, empezó a pegarme en el culo como si fuera un crío. En ese momento me dejé llevar y no opuse resistencia. Pero sentí un poco de rabia porque no me viese como un hombre. Sin embargo, ya bastante suerte estaba teniendo desde mi punto de vista como para andar con exigencias.
¡Date la vuelta! —me ordenó—. Aún no he acabado contigo.
Mi erección estaba al máximo. Yo no sabía dónde mirar, y lo único que tenía cerca era su cuerpo.
¡Y sigues! Maldito descarado mirón. ¿Qué pasa, te gustan mis tetas, no? Pues mira, míralas bien, porque es la última vez que las vas a tener cerca.
Diciendo eso, se bajó el sostén del bikini y se pegó tanto que me las restregó por la cara. Luego se separó y cogió con una mano mi polla, para darle manotazos con la otra.
A ver si así aprendes, pervertido. Merezco un respeto, maldito sinvergüenza.
Sus golpes no eran lo bastante fuertes como para dolerme. Por el contrario, cada vez me excitaba más con todo aquello. De repente ella se acercó a un cajón de mi mesa de estudio y sacó una larga cinta de una caja de costura. Volvió hasta mí y me ató las manos al cabecero. Era de estilo antiguo, con barrotes verticales, y en un par de minutos estuve totalmente inmovilizado y a su merced. Mi pecho subía y bajaba deprisa y me costaba respirar.
Pero serás cerdo, si cada vez te estás poniendo más cachondo. ¿Será posible? Seguro que eso es lo que has estado haciendo todo el curso: ver vídeos porno de tíos atados, ¿a que sí?
Yo, por supuesto, bajé la mirada y no respondí.
No, si el que calla otorga. Pero ya que te has quedado mudo, ahora lo vas a estar de verdad.
Cogió otro trozo de cinta y la pasó alrededor de mi cabeza a la altura de la boca, varias veces, como una mordaza casera. Justo enfrente, a los pies de la cama, había un espejo que ocupaba toda la altura de la pared. Cuando me vi reflejado, amordazado, atado y con mi tía al lado, sentí ganas de sonreir, de haber podido hacerlo. Mi sueño se hacía realidad.
Pero ella no estaba por la labor de complacerme. Se fue de la habitación y me dejó así un buen rato. Cuando empecé a preocuparme de que hubiese ido a chivarse a mi madre, regresó.
Al fin se te baja el calentón, ya era hora. Te parecerá bonito dejarme ver tus vergüenzas, pero claro, qué sabrás tú de las reglas básicas de decoro. Siempre me pareciste un malcriado, con esa mirada de vicio que tienes. Y tu madre es una blanda, que no supo pararte los pies a tiempo. Menos mal que aquí estoy yo para que no termines de echarte a perder.
Cuando terminó de hablar, se desnudó por completo. Mis ojos se abrieron al máximo. Parecía una manera curiosa de castigarme.
Has sido un chico malo y lo vas a pagar. Lo menos que puedes hacer para compensarme es comerme el coño hasta que te duela la mandíbula.
Aflojó un poco las cuerdas de mis manos para ponerme en posición horizontal del todo. Me ató de nuevo en la nueva postura para que no pudiera moverme, y se sentó encima de mi cara con su culo. El pene volvió a endurecerse al instante, y sentí que ella lo cogía y apretaba con fuerza con la mano alrededor. Era una manera de estar erecto pero sin poder correrme, lo cual me excitó aún más. Eso, unido a estar debajo de ella, envuelto por su aroma íntimo, hizo que mi mente se quedase en blanco. Ni recordé que tenía que respirar. Cuando ella separó el culo, tosí por falta de aire. Se dio la vuelta y se sentó al revés, con su coño en mi boca. Mi lengua se empleó a fondo en no dejar recoveco sin lamer. Aquello era el paraíso. Entonces sentí un tirón en la polla. No me había dado cuenta del momento en que ella había colocado la diadema elástica de su pelo rodeando mi pene. El extremo estaba en su mano, y daba tirones cada vez que yo estaba a punto de correrme. El dolor hacía que se me pasasen las ganas, y así estuvimos tanto tiempo que no recuerdo cuántos minutos u horas pasaron. Sentí que la luz en la habitación se hacía más débil, y ella no se cansaba de estar en esa postura. El entrenamiento en el gimnasio sin duda le estaba dando sus buenos frutos.
En cuanto a mí, tenía la mandíbula medio dormida ya, pero mi lengua quería más y más de sus fluidos. Tan concentrado estaba, que me sorprendí cuando ella se retiró al fin, tras uno de los varios orgasmos que tuvo gracias a mí.
Esto ha sido un castigo, Borja, aunque no te lo parezca ahora mismo. Vas a pasar la noche atado, y mañana ya veré lo que hago contigo. Por cierto, me lo he pasado bien, al menos eso me he llevado.
Cerró la puerta sin más explicaciones y me dejó que pasase la noche así. Me moría por ir al baño, pero me tuve que aguantar las ganas.
Cuando volvió a aparecer, el sol ya llevaba un buen rato brillando. Estaba vestida y muy seria.
Te voy a desatar ya antes de que me denuncies por maltrato —dijo, con su ironía habitual—. Te puedes quedar aquí lo que queda de mes, yo me voy de viaje con unas amigas, será lo mejor. Esto no puede volver a pasar, ¿entiendes?
Pero...
Intenté protestar. Me tapó la boca con la mano.
Sí, ya sé que somos dos personas libres, y que no soy tu familiar en sentido estricto, pero no te lo tomes a mal, no eres mi tipo, no me van los niñatos irresponsables. Si alguna vez maduras, ya veremos lo que pasa. De momento mi castigo es que esto no se repita más. Adiós.
Se fue sin más, y a partir de entonces ha estado evitándome en las escasas reuniones familiares. Yo he encontrado una nueva motivación para sacar los estudios adelante. Quizá podamos volver a estar a solas si ve que cambio, no pierdo la esperanza. Y no, no siento que me castigase aquel día. Siempre tendré un bonito recuerdo de su regalo. Porque lo viví como un regalo, como el mejor regalo que me hizo nadie hasta la fecha.
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