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Relato femdom: Caperucita femdom y el lobo domado

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No creáis que ando cruzada de brazos con esto del confinamiento. Estoy casi más ocupada de lo habitual. También aprovecho para retomar cuestiones que tenía aparcadas, como mi próximo libro de relatos. Esto es una muestra de su contenido. Quiero hacer relatos basados en cuentos tradicionales pero con una versión femdom. Aún ando recopilando ideas así que se admiten sugerencias, que podré o no aceptar, claro :P Sin más introducción, aquí está mi particular versión de Caperucita y el lobo feroz.


Caperucita salió como cada mañana de su casa tras la charla diaria de la pesada de su madre. Ya no era ninguna niña, tenía 20 años recién cumplidos, aunque todos siguieran llamándola por ese ridículo nombre. Era cierto que le gustaba la ropa con capucha y que el rojo era su color favorito, pero su atuendo no era precisamente inocente, tal como le recriminaba su madre.
-Mira que te vas a resfriar con el cuello tan abierto. Y no olvides decirle a la abuela que-
Caperucita ya perdía la paciencia últimamente y dejaba a su madre con la palabra en la boca. Hacía un día precioso y quería aprovechar bien su paseo por el bosque.
Se desabotonó otro botón de la blusa, que le estaba quedando estrecha después de caer en la habitual tentación de comerse la mitad del contenido de la cesta destinada a su abuela, postrada en la cama por un mal esguince.
La conocida senda de tierra estaba un poco fangosa por la última lluvia nocturna, así que decidió cruzar por entre los aromáticos árboles. Aspiró encantada el frescor del aire y abrió la cesta para escoger su pastel favorito. Aquello era la felicidad con mayúsculas. Tan solo anhelaba una cosa más, pero no había en la aldea muchacho digno de sus fantasías.
De repente, un desconocido le salió al paso desde detrás de un grueso tronco. Era un tipo extraño, de rostro y orejas alargadas, largos colmillos -como pudo apreciar por la falsa sonrisa que le dedicó a modo de saludo- y una barba tan poblada que se extendía más allá de lo normal tanto hacia los ojos como hacia su cuello. Las manos eran muy peludas también, y por sus mangas asomaba largo vello procedente de sus brazos. Llevaba unos pantalones ajustados y una gorra colocada de manera desenfadada. Le recordó a un tipo muy pesado que intentó ligar con ella en la última fiesta de la comarca. En aquella ocasión lo despachó con un puntapié, y haría lo mismo si no la dejaba en paz.
-Aparta, ¿no ves que llevo prisa?
-¿La llevas, guapa? Yo juraría que dabas un tranquilo paseo.
No había nada que pusiese de peor humor a Caperucita que un tipejo llevándole la contraria. Si encima le impedía el placer de comer un pastelito bajo los árboles, eso lo convertía en candidato directo a llevarse una patada en la espinilla, como mínimo.
-Escucha, feo, no estoy de humor para tus tonterías de ligón barato. Me marcho.
-Pero, nena, ¿a qué viene tanta prisa? No tengas miedo, soy inofensivo.
-No me digas. Yo, por el contrario, soy cinturón negro de karate, así que ándate con ojo.
-Uhm, me ponen las gatitas que se resisten. Y además, tu escote me está quitando el hipo.
Caperucita no se lo pensó dos veces. Dio dos zancadas hasta el desconocido, le arreó con la cesta y echó a correr.
Escuchó una risa a su espalda.
-¡Pero dime cómo te llamas! A mí me dicen todos Lobo. ¿Nos volveremos a ver? ¡Dí que sí, porfa! Todavía tienes que arrearme en la otra mejilla, ja ja ja.
Caperucita se frenó en seco. Su abuelita tendría que esperar otro rato y además le vendría bien un poco de dieta con tanto reposo. Era la madura más atractiva de la región y no quería arruinarle la figura. Más le preocupaba que la rondasen individuos como ese tal Lobo, y su auténtica intención al visitarla era ahuyentar moscones de su puerta. Debía asegurarse de que al menos ese quedase fuera de juego.
Se dio la vuelta lentamente y fingió una sonrisa en son de paz.
-Tienes razón. Aún no te arreé lo suficiente. Eres un chico malo y debes pagar por ello. ¿Nadie te enseñó modales?
Lobo parecía confuso. Quizá nadie le había plantado cara y estaría acostumbrado a que las jovencitas huyesen despavoridas. Pero Caperucita no era como las demás. Y tenía que dejárselo claro.
-Oye, dime una cosa -le espetó cuando lo tuvo a un par de metros-. ¿Siempre eres igual de gilipollas? ¿Te funciona? ¿Caen muchas rendidas con tus chorradas?
Lobo ya no parecía confundido. Su estúpida sonrisa se esfumó de su rostro y parecía realmente enfadado.
-Ten cuidado, a mí nadie me habla de esa manera.
-Uy, qué miedo me das -dijo Caperucita, mientras desabrochaba otro botón más de su blusa. Tan solo de pensar en lo que estaba a punto de pasar le entró calor en la fresca mañana.
Lobo dirigió su mirada al pecho que asomaba más allá de lo que el decoro permitía.
-Parece que la fuerza del señor Lobo se le va cuando mira un inocente escote... Te propongo un trato. Bueno, más bien, un reto. Si lo superas, me desnudo entera.
Lobo pareció salivar.
-De acuerdo -dijo, pensando más con la bragueta que con la cabeza-. ¿Cuál es el reto? Yo puedo con todo, je je.
Caperucita no tuvo que fingir una sonrisa esta vez. “Ya veremos si puedes, fanfarrón.”
-Oh, no será tan difícil la prueba, al menos para un tipo tan duro como tú, y sobre todo, será divertida, sobre todo para una chica como yo. Siéntate con la espalda apoyada en ese tronco -dijo, con tono autoritario.
-Pues sí que es fácil la cosa, ja ja -dijo Lobo, tomando asiento. Lo único difícil hasta el momento estaba siendo mantener escondido el bulto en su pantalón bajo la apretada tela.
-Qué graciosillo. La prueba es la siguiente. Tienes que aguantar sin correrte hasta que yo te lo diga.
-Ah, bueno, yo aguanto mucho, nena. Seguro que me pides tú antes que pare. Supongo que te vas a poner encima y por eso estoy sentado, ¿a que sí?
-Encima me voy a poner, sí, pero primero tengo que atarte.
-No creo que sea necesario.
-Lo voy a hacer. Te callas y punto. De hecho te haré callar.
-Uy, uy, ja ja.
Obviamente Lobo no se la estaba tomando muy en serio, y eso aumentó las ganas de Caperucita de bajarle los humos. Sacó una larga cuerda que llevaba siempre en la cesta, por precaución, en caso de necesitar ser rescatada de alguna hondonada traicionera en el terreno. Ató rápidamente a Lobo alrededor del pecho uniéndolo al rugoso tronco. Estuvo tentada de dejarlo así y echar a correr, para castigarlo, pero decidió buscar la manera de que el castigo fuese al mismo tiempo su placer.
-Bueno, basta de tonterías. Si no paras de reír tendré que amordazarte.
-Oye, no te pases con el jueguecito, a ver si tengo que denunciarte cuando esto acabe.
-¿Te parezco un peligro?
-Para nada -dijo Lobo, no del todo convencido-. Pero uno nunca sabe cuándo va a toparse con una puta loca.
Zas. La bofetada le volvió la cara del revés y dejó caer su gorra al suelo.
-Nadie me llama puta y menos en mi cara.
La gorra tapaba una buena melena, dato que Caperucita aprovechó para darle un buen tirón de pelo a Lobo, al tiempo que lo obligaba a mirar hacia arriba. Lo primero que se le ocurrió al ver su insolente mirada fue escupirle en la cara. Lobo estaba entre atónito y excitado. Ninguna chica se había atrevido nunca a tratarlo así. Y no parecía disgustarle del todo.
-Perdona, era una manera de hablar, lo de puta loca...
Otro nuevo tirón de pelo.
-¡Que no lo repitas, estúpido!
-Vale, vale, entendido.
Por primera vez, bajó la mirada, cosa que complació mucho a Caperucita.
-Bien, mejor. A ver si te portas bien y te suelto pronto.
-No tengo prisa, de hecho -confesó Lobo, lleno de repentina curiosidad por ver qué nuevas sensaciones le iba a deparar la mañana.
-Así que eres un pervertido, ¿eh? Si ya me lo imaginaba. Se te nota de lejos. Pero apuesto a que esto es nuevo para ti.
“Y para mí”, se dijo Caperucita, que hasta entonces tan solo había podido imaginar algo así en sus sueños más salvajes.
-Pues sí -admitió Lobo.- Pero soy un hombre de mente abierta y no tengo miedo de probar cosas nuevas.
-Oye, que te quede claro, esto no va de complacerte y ponerte cachondo. Esto es un castigo que te has buscado y que te mereces. Los machitos fanfarrones como tú me dan asco, así que vas a pagar por todos ellos juntos.
Lobo apenas podía pensar con claridad. No entendía bien el discurso ni las intenciones de la chica. Solo sabía que estaba a su merced, indefenso, viéndole casi todo el escote abierto, y la situación le estaba poniendo muchísimo. Empezaba a cansarse de ser siempre el que tomaba la iniciativa y de cumplir su papel de semental, aunque jamás lo confesaría si no se veía obligado a ello. Cenicienta, por su parte, no necesitaba ninguna confesión, ya que su abultado pantalón hablaba por sí solo.
Si ella se propasaba, por la cuenta que le traía, no tendría ocasión de repetir. Con ese pensamiento se quitó los pocos reparos que pudiera tener y se dejó llevar.
-Ok, tienes razón. Castígame, he sido muy malo y no merezco compasión. Estoy completamente en tus manos, haz conmigo lo que quieras.
Tanto si era teatro barato por parte de Lobo como si había algo de sinceridad en sus palabras, Caperucita escuchó esa ronca voz diciendo aquello y casi tuvo que apretar los muslos para no correrse antes de tiempo.
-Bueno, poco a poco, que el ritmo lo marco yo. Pero lo primero es lo primero, y aún no desayuné. No voy a dejar que me arruines la fiesta. Ah, y esto también es importante, no vale hacer trampa.
Buscó la rústica cuerda que anudaba la bragueta del pantalón de Lobo y le dio un tirón.
-Así, que yo vea si eres capaz de no correrte. ¿Ya estás mojado? Mal vas... Ja ja ja.
-Es solo líquido, no es semen.
Caperucita realmente no conocía bien los entresijos de la initimdad masculina, pues más allá de un par de empujones de cadera por parte de algún atontado del vecindario, poco había experimentado en el sexo.
-Ya, ya lo sé -mintió-, solo bromeaba. Luego me ocuparé de... tu cosita. Ahora me voy a comer este estupendo pastelito. Mmm qué rico.
Caperucita degustó voluptuosamente el pastel, mientras observaba con malicia el expuesto pene erecto de Lobo. Su dueño, haciendo una rápida conexión mental entre los lametones de Caperucita y cómo que le gustaría que los emplease sobre su entrepierna, sintió la sangre agolparse de repente en ese punto de su anatomía.
-Vaya, vaya, pues sí que aún podía crecer más eso. La verdad es que es enorme, Lobo, las tendrás a todas loquitas, ¿eh?
-No me puedo quejar -respondió él, que apenas podía respirar normalmente.
-Estaba siendo irónica, ceporro. Supongo que tus neuronas, ya de por sí lentas, no dan para más ahora -dijo, mientras se relamía las comisuras de los labios para apurar los últimos restos de azúcar-. A ver lo que puedo hacer contigo. No me van los tontos, por eso no encuentro novio en la aldea. Espero que al menos tú me sirvas de diversión cuando te use y abuse de ti.
Las últimas palabras de Caperucita provocaron un espasmo en el pene de Lobo, que sintió un escalofrío de placer recorrerle la nuca.
-Dime, Lobo, ¿tienes hambre?
Pero ella no esperó respuesta. Se subió la enagua y se bajó las braguitas de encaje del tirón. Agarró de nuevo la frondosa melena y guió su cabeza hasta dejarla a la altura adecuada. Él no necesitó indicaciones ni órdenes. Sacó su larga lengua y empezó a lamer con fruición el sexo de la chica. Ella no paró de darle tirones de pelo, cada vez más fuerte, a medida que aumentaba su excitación. Cuando se corrió la primera vez, se apartó para ver cómo iba su erección. Estaba al máximo, pero aguantaba sin correrse por el momento.
Caperucita se giró, levantó de nuevo su ropa a la altura de la cintura y le colocó el culo en la cara a Lobo. Se apoyó contra él sin dejar un resquicio. Cuando oyó un sonido gutural se apartó un poco para dejarlo respirar. Repitió la operación varias veces, mientras una sonrisa de diversión se le pintaba en el rostro. Después separó sus prietas nalgas para dejar expuesto su ano, haciéndole entender lo que debía lamer a continuación. Así lo hizo Lobo, disfrutando el momento a pesar del considerable dolor de testículos que tenía. Pensaba que quedaría poco para que ella se introdujese su miembro por la rosada apertura que acababa de lamer minutos atrás y poder al fin aliviarse un poco.
Pero Caperucita volvió a girarse y le cabalgó la cara con su húmedo coño en salvaje desenfreno. Sus gemidos podrían haber despertado a la aldea entera, de haber estado allí en vez de en medio del bosque. Un par de pájaros alzaron el vuelo asustados en ese momento. Lobo no se dio cuenta, con su cara empapada de flujo vaginal, y su pene goteando cada vez más sobre el lecho de hojas otoñales. Tras su segundo orgasmo, Caperucita se bajó la ropa para pensar qué haría a continuación con su inmovilizado rehén.
-Apuesto a que te mueres por follarme.
-Sí -dijo con dificultad Lobo, que aún sentía la fuerza de las embestidas de ella en sus músculos faciales.
-Pues hoy va a ser que no -repuso ella con una traviesa carcajada-. Prefiero jugar un rato con esto que tienes aquí.
Se agachó para tocar el pene de Lobo y este suspiró sin poder evitarlo. Bastaría un par de roces más para que sucumbiese al orgasmo, y eso supondría perder la apuesta y privarse de ver su desnudo cuerpo, que debía ser de infarto, visto lo visto hasta entonces. Se mordió los labios y trató de pensar en cosas desagradables.
La mano de Caperucita acariciaba su glande y a veces descendía hasta su abdomen. Aquello era pura crueldad, si seguía tocando allí ni el más desagradable pensamiento lo salvaría de su derrota.
-Por favor... no... ¿no puedes tocar más abajo?
Su voz sonó agónica.
-Así que señor Lobo quiere que le toque a su manera y gusto.
Paró por un momento y empleó esa mano en darle un par de sonoros bofetones.
-¡Que no te enteras! ¡Que me resbala si te gusta o no, te estoy castigando, cretino!
-Y que lo digas, lo estoy pasando mal -dijo Lobo, a punto de sollozar por primera vez en su vida.
-Pues no lo parece, tu polla parece a punto de explotar. Pero, veamos, por dónde íbamos. Ah, sí, querías que te tocase más abajo. ¿Qué tal aquí?
Caperucita cogió con su mano los testículos de Lobo y dio un apretón. Lobo soltó un “ay” seguido de algo en voz baja muy parecido a “japuta”.
-¿Me has insultado otra vez? Serás cerdo, aunque parezcas un lobo. Ahora aprenderás. Te dije que tendría que amordazarte, pero no tengo con qué hacerlo. Habrá que improvisar.
Se sentó en el suelo delante de él, se descalzó y metió a la fuerza un pie en la boca de Lobo. Él intentó zafarse y hablar, pero no pudo hacer nada más que dejarse humillar.
-Abre más la boca, joder, que me raspas con tus largos dientes. Así, muy bien, bien adentro, que te cabe entero. Chupa, cabrón.
Con su otro pie, se dedicó a recorrer la polla de Lobo de arriba a abajo y a pisarla contra su abdomen.
-Cómo me divierte esto, por no mencionar que me pone cachondísima.
Se terminó de desabrochar la camisa y la abrió por completo para acariciarse los pezones entre gemidos.
-No mires, eh, a ver si también voy a tener que taparte los ojos, descarado. ¿Cómo, qué dices? Ah, claro, que con la boca llena no puedes hablar, ji ji ji. Ya, ya supongo que no puedes evitar mirar mis tetas porque las tienes casi enfrente -siguió diciendo Caperucita en su particular monólogo-, pero no esperarías que te lo pusiera fácil, ¿verdad? Un hombretón como tú seguro que adora los retos, ¿eh?
Sin darle tregua, sacó su pie de la boca de él, que en ese momento estaba mudo y aturdido, y se sentó sobre sus talones para agarrar con ambas manos la palpitante polla. Frotó y frotó sin piedad, hasta que él se derramó entre espasmos.
-Oh... perdiste. Pero ni tan mal, ¿eh? Ya me cobraré este orgasmo gratis que te acabo de regalar. Quizá nos volvamos a encontrar otro día, ve mejorando tus modales hasta entonces. Ahora me voy pitando a casa de mi abu, que seguro que está ligando con ese cazador tan pesado. Alguien tiene que velar por la decencia de esta comarca, ¿no te parece?
Y así se fue Caperucita, dando saltitos entre risas, dejando atado y agotado a Lobo, feliz de haber sido domado por tan adorable, a la vez que malvada, criatura.


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