Bueno, pues por continuar con lo que se está convirtiendo en una tradición por estas fechas, aquí os dejo el tercer relato femdom navideño en la historia del blog, salido de mi puño y letra. Si no leíste los anteriores aquí tienes los enlaces.
Ella no sabía lo que era un Ama. Ni un sumiso. Ni algo llamado Dominación Femenina. Solamente sabía que no era “normal” ni le ponían las cosas típicas. Y eso que tampoco tenía mucha experiencia en cosas típicas ni atípicas dentro del sexo, pero sabía de sobra lo que no quería probar. Sí que tenía experiencia en tener orgasmos sola y sabía que no necesitaba a ningún chico para tenerlos. Le daba igual estar fuera de las estadísticas acerca de cuándo “estrenarse”, pero ahora ya le pedía el cuerpo probar más allá de su cuerpo en solitario.
Él lo tenía todo planeado; aprovechando las vacaciones navideñas podrían pasar un día entero juntos sin renunciar a sus salidas con los amigos. Pasar un momento por el piso de un familiar que no estaría allí para recoger algo no le pareció la excusa más original del mundo, pero tampoco le podía pedir más, -ni violines, ni rosas rojas-, a un rollete ocasional al que iba a utilizar para saber hasta dónde quería llegar, piel con piel, bajo sus condiciones, con quien se dejase hacer. ¿Se dejaría él? No lo podía saber, de momento se amoldaba a sus ritmos de quedar o no verse, y tampoco había insistido, como tantos otros, en hacerse el macho-man a la primera de cambio. Podría ser él, sí, ¿por qué no? No estaba enamorada, era una “no-relación” cómoda, en un momento de la vida en que no necesitaba más que eso, probar y conocerse mejor a sí misma.
Además, ¿cómo enamorarse de un fanfarrón que presumía de tanta experiencia? “Pues hoy quizá no te sirva de nada todo tu curriculum amatorio, casanova”, pensó ella con malicia mientras fingía tragarse la encerrona del piso familiar. Y tras el almuerzo allí llegaron, él disimulando muy mal sus intenciones con unos falsos abrazos de cariño repentino, y ella con una mezcla de infinita curiosidad y una firme decisión de no hacer nada que él propusiera sin ofrecer resistencia. Siempre se le había cortado el rollo en cuanto le intentaban meter mano sin miramientos. “A ver cómo se porta este”...
De entrada estuvo a punto de estropearlo todo.
Él: ¿vamos a la cama, cariño?
Ella (con cara de enfado): ¿A la cama, para qué?
Él: esto... a nada... es la hora de la siesta, ¿no?
Bien, sabía que aquello no se lo tragaba nadie, pero estaba algo cansada así que pasaron a una habitación con una gran cama y un cuadro ridículo sobre el cabecero. Ella hace una broma sobre eso pero él ya está quitándose el pantalón.
Ella: ¿pero qué haces?
Él: es para que no se arrugue, pero ya no me quito nada más.
Se meten en la cama, ella vestida por completo excepto por los zapatos. Él cierra los ojos y hasta parece que va a dormir de verdad, aunque ella cree ver un esbozo de sonrisa y le dice “¿de verdad te vas a dormir?” Y responde que sí. Pero abre los ojos y dice que se va a cambiar de sitio porque el otro le gusta más. Pasa por encima de ella, a escasos centímetros, y se tumba de espaldas otra vez con los ojos cerrados.
Parecía buen momento para hacer la prueba. Había algo en la situación que le gustaba. Él no estaba iniciando nada, aparte de haberla llevado hasta allí, y si era una estrategia estaba funcionando. Aquello le permitió tomar las riendas, que era lo que necesitaba para ir más allá de los besos compartidos hasta el momento.
Ella: ¿Quieres ver mis pechos?
Él: claro que sí.
Se desabrocha la blusa y el sujetador, que casualmente era de los que se abren por delante. Solo quiere eso, que los vea y punto. Dejarlo con ganas de más, como había hecho cada vez que jugaba a seguir la corriente a alguno para darle un corte después. Pero él se abalanza y le chupa un pezón. Lo aparta rápido y le dice que deje sus pezones en paz, que no le van esas brusquedades. Entonces, nuevamente sin permiso, él desliza los dedos bajo su falda y comenta que es misión imposible meterle mano, porque ella lleva unas medias de las que llegan hasta encima de la cintura.
Ella: si llego a saber que me secuestras me pongo algo más sexy.
Él: yo... no sabía que tenía que venir, me ha surgido sobre la marcha.
Ella: qué mal mientes.
Se echa a reír. Pero enseguida se pone seria.
Ella: no quiero que me toques ahí todavía.
Él: de acuerdo, yo... solo quiero verlo...
Ella: ahora vengo, voy al baño.
No está pidiendo tiempo muerto, no se siente nerviosa ni asustada ni preocupada, solo necesita un minuto para pensar, tiene la incertidumbre de cómo va a reaccionar. Lo único que tiene claro es que no va a hacer nada que no quiera hacer ni se siente obligada a hacer lo típico en esos casos. Él creía que no era virgen y ella no se lo aclaró porque no iba a llegar hasta el final si no le apetecía o no se veía preparada.
Se quita las medias-cinturón de castidad y sale sin ropa interior pero con la falda. Vuelve a la cama y guía su mano para que le toque por debajo de la ropa.
Él: ¿no te quitas la ropa?
Ella: tendrás que quitármela tú.
“Que le quede claro que se lo va a tener que currar todo”.
Él le quita con delicadeza cada prenda y luego se quita la camisa. Se tumban y se besan. Ella lo coge de la nuca y lo besa de manera un tanto salvaje. Él pone cara de susto y jadea por falta de aire. Lo más destacable de aquel chico hasta el momento era la manera de responder a sus besos. Por lo demás, era bastante bocazas, como demostró entonces.
Él: te la voy a meter entera...
Ella: uf anda, calla, que no me pone nada que me digas eso.
Él (se queda cortado pero contraataca rápido): cuéntame una fantasía.
Ella: calla, ahora no me apetece.
Él coge su mano y la lleva hacia debajo de su ropa interior. Ella rodea su pene y le gusta la suavidad que encuentra. Empieza a mover la mano y pregunta “¿te gusta?”. No es una pregunta en tono de “¿lo estoy haciendo bien?” o “¿cómo te gusta?” sino más bien “sé que te gusta, pedazo de perro vicioso”. Claro que entonces ella no domina aún cierta forma de expresarse, pero la intención es esa. Él apenas puede hablar aunque dice que sí, que le gusta. Farfulla “chúpamela”. Ella tiene curiosidad por saber si aquello que había visto en los vídeos porno -aquello que estaba en todos y cada uno de los guiones ideados para complacer al macho- le daría asco o placer. La verdad es que no le parece repugnante dar un lametón por allí, aunque tampoco lo ve excitante, y tiene claro que no va a meterla hasta la garganta como aquellas actrices al borde de la arcada. Lo mira a la cara y ve que ha cerrado los ojos y que su excitación se ha disparado a pesar de lo poco que se ha entregado ella a la tarea.
Él: pónmelo encima...
“Qué bien, no he tenido ni que pedírselo, esto sí que me apetece”
Se incorpora y se sienta a horcajadas sobre su boca. En ese momento ella advierte la naturalidad que está sintiendo, desnuda a plena luz del día por primera vez con alguien, con su sexo encima de aquel chico con el que no había pasado de algún morreo. “Será el instinto”, se dijo.
Está cómoda, sí, pero no excitada. No todos saben hacer sexo oral bien y su clítoris no se está enterando de nada. Está callada, sin gemir o respirar fuerte o emitir sonido alguno, porque tiene claro que no va a fingir, por supuesto que no. Él para un segundo y la mira a los ojos, extrañado de que esté tan callada.
Él: ¿estás bien?
Ella: sí. Sigue.
“Tal vez en un rato empiece a pasármelo bien...”
Gira la cabeza y le llama la atención que él se esté masturbando, con intensidad y rapidez.
“Se estará preparando para dar la talla, qué típico y previsible”, piensa, pero también piensa que es como si él se lo estuviera comiendo para su propio placer y no al revés, lo cual no le hace ni pizca de gracia y disminuye su escasa excitación.
Él para otra vez porque dice que se va a asfixiar. Sin darse cuenta, ella se ha ido dejando caer sobre su cara, haciendo el primer facesitting de su vida sin ser consciente de ello. Y entonces, en ese inolvidable momento, tiene lugar su primera escena realmente femdom, ese instante en el que todo encaja y tiene sentido al fin: se retira hacia atrás pero se queda sentada sobre su pecho y le coge la cara con las dos manos. Es un momento de dominio y poder, de tenerlo atrapado, mirando muy fija desde arriba. Pero él no parece cómodo en aquella postura y sale de allí apartándola a un lado.
Él: ¿tomas precauciones?
Ella: tomo la píldora por un desajuste con la regla, pero debes ponerte condón.
Él: no, no, que yo quiero sentir.
“Vaya egoísta y menudo ignorante de las enfermedades de transmisión sexual”.
Aquello no aumenta precisamente su excitación ni su confianza en ese tipo.
Él le empieza a acariciar el culo, y sin previo aviso va directo a meter bruscamente un dedo en su vagina.
Ella: ¡ay! ¿qué haces? Me has clavado la uña.
Él: ¿te he hecho daño? -parece realmente sorprendido-. Jaja, pareces virgen.
“Menudo imbécil, ahora sí que no te lo cuento, ríete de tu puta sombra”.
Ella: anda, ven, vamos a tumbarnos un momento.
Le dice que lleva mucho agobio esa semana, que la navidad le estresa y que está tensa. Lo cual es verdad, porque con un masaje o unas caricias tal vez hubiesen hecho el completo vainilla ese día, pero no fue así y lo que ocurrió fue más interesante, desde un punto de vista femdom, claro.
Así que le deja claro sin rodeos que coito no habrá. Tal vez otra chica en ese momento se obliga a hacerlo como fuera para no defraudar al hombre, pero a ella eso ni se le pasa por la imaginación.
Él: como quieras, tus deseos son órdenes.
Ella advierte el tono burlón de la frase, pero a pesar de todo le gusta oírla. Empieza a besarla y ella le corresponde, clavando sus uñas en el brazo de él. Aquel gesto parece despertar algún instinto dormido y él le pide que le muerda los pezones.
Ella: vaya, así que te gusta esto, qué cosas.
Él: sí, pero me miran raro cuando lo pido.
Ella: pues tranquilo, que yo me sacrifico...
Su excitación aumenta de golpe con un simple mordisco suave y entonces le pregunta si le gusta hacerlo por detrás.
Ella: jaja, el caso es meterla por algún sitio, ¿no?, jajaja, hombres... Inténtalo -añade desafiante-. Pero antes tendrás que lubricar muy bien la zona, ¿no te parece?
Se tumba boca abajo y él se sienta a horcajadas encima de sus tobillos. Y entonces ocurre. Él dice “te lo voy a comer” y se lanza a la tarea como si le fuera la vida en ello, parando solo para preguntar si le gusta. No es que le guste, es que le encanta. Un auténtico beso negro de película. Algo, junto con el facesitting, que algunas parejas no practican en toda su vida y allí estaba una virgen disfrutándolo en su primera relación sexual. Él para un momento para confesar que no le había hecho eso a ninguna chica y que le preocupa por si puede ser malo para la salud, a lo que ella responde riéndose durante varios minutos.
Ella: anda, deja de decir tonterías y sigue, que lo estás haciendo muy bien.
Él obedece y entonces ella se imagina viendo la escena desde fuera: él arrodillado y entregado a adorar a lametazos el valle de sus nalgas. Y se empieza a excitar a lo bestia. El silencio se rompe por sus gemidos que van en aumento. Es consciente de que está perdiendo el control y no puede evitarlo. Está segura de que en el vecindario deben de estar escuchándola, pero le da igual todo, empieza a moverse mientras le empuja con la mano la cabeza para que aumente el ritmo. Escucha sus propios gemidos como si salieran de la garganta de otra chica, sin poder creer que sea capaz de emitir aquellos sonidos, y acaba corriéndose entre carcajadas de placer. Él también exclama “oooh” y suena a auténtico gozo. Entonces dice “a ver si te cabe ya” y se incorpora con la intención de meter su pene, pero entonces ella actúa más rápido, y desde aquella posición, medio inmovilizada como está debajo de las piernas de él, pone con firmeza una mano en su cadera y dice NO.
Nunca olvidaría el tercer momento claramente femdom del día, un tease and denial en toda regla. Es consciente de cómo estaría aquel chico en ese punto, con una erección al máximo, esperando a “meterla” como fuese tras muchos minutos, con ella casi indefensa ante él, estremecida de placer por su intenso y profundo beso negro, y de repente, ¡zas!, ella lo para en seco y le dice que ya está bien por ese día, que ella ya ha tenido lo suyo. Jajaja, sí, es de esos momentos que resultan más gloriosos en la memoria cuanto más tiempo transcurre. Si lo llega a planear seguro que no hubiese salido mejor, y suerte también que él obedeció, porque no lo hubiera tenido difícil para abusar de ella en vez de aceptar su negativa como un caballero. Pero no es solo la caballerosidad lo que lo detiene, nada está saliendo como planeaba y se siente confuso y perplejo, más aún cuando la rotunda firmeza de ella ha provocado que se corra en un impulso de placer, derramándose sobre la sedosa espalda.
Él: ups, espera, no te muevas, ahora traigo algo para limpiarte, como se manchen las sábanas me matan.
Pero ella se gira en cuanto se queda sola, dejando que la posible mancha se esparza libremente.
“Lo de obedecer, a otra, jajaja”.
Él pone un poco cara de fastidio cuando la ve, pero se queda abstraído mirando hacia la ventana.
Ella: ¿a que es increíble? Hacia años que no nevaba aquí.
Él: sí, increíble...
Ella sonríe y se recrea en su cara de sorpresa, consciente de que ha sido también para él su primera vez, la primera vez que no ha conquistado: ha sucumbido, y lo que es más, lo ha disfrutado.
***
Si te ha gustado tal vez te interese mi novela Despertar sumiso.