Una de las cosas que me diferencia de otras Amas de internet es el secretismo que me envuelve, tanto en lo referente a contar mi vida y mis relaciones con sumisos, como en cuanto a fotos mías, más allá de una que tengo de mi pie dentro de un zapato. No voy a cambiar mi línea en esto, pero sí que hay cuestiones que me gustaría contar acerca de mis sentimientos dominantes y no veo mejor lugar que aquí, claro. Sobre esto sí he escrito algo en el pasado, y se me ha ocurrido que cuando me apetezca seguiré haciéndolo, por eso he puesto el I en el título. Tal vez no haya nunca II o llegue a C, qué sé yo. De momento empiezo por la primera confesión, y trata de lo que siento acerca de mis ex-sumisos, en concreto de los que tuvieron su primera experiencia femdom gracias a mí.
Bien, esto que voy a contar ocurre en ese momento en el cual aún esa persona no me deja indiferente casi por completo -por completo es imposible a no ser que resultase ser un falso sumiso, porque creo que por ambas partes se queda una especie de lazo eterno que nos seguirá conectando de alguna manera-. Lo primero que siento, al pasar cierto tiempo desde nuestra ruptura, cuando me entero, me cuenta, o intuyo, que está con otra mujer, o simplemente cuando la está buscando, es una punzada en el estómago. Sí, así es. Resulta duro y desagradable, a pesar de que quedase claro que aquello no iba a funcionar. No sé con qué compararlo. Tal vez si tenéis algo muy valioso y os imagináis que alguien más puede poseerlo, podáis entender a qué me refiero. Porque evidentemente un sumiso es en cierto modo una posesión, y no una posesión cualquiera, al menos para las que sabemos apreciar y valorar la belleza de la entrega real y no buscamos gusanos arrastrados para menospreciarlos o para sentirnos superiores a base de rebajarlos.
Superado el sobresalto inicial, intento ser razonable. Entiendo que tiene todo el derecho a continuar con su vida, sobre todo porque es lo mismo que hago yo, y puedo estar segura de que, a pesar de lo difícil que es encontrar un buen sumiso, yo habré tenido cien veces más las posibilidades que pueda tener él de encontrar a una mujer que encaje con él y con su sumisión, y que incluso en el tiempo que él pueda llevar buscando mujeres, yo habré tenido ya experiencias reales con uno o varios sumisos.
Y entonces llego a la tercera fase, que es una mezcla de las dos anteriores. Por un lado me sale la vena sádica y me regodeo en la idea de que podrá seguir buscando sin éxito hasta el día del Juicio, o que si está con alguna otra, lo que tenga no será ni sombra de lo que tuvimos. Pero a continuación siento que eso no son más que conjeturas mías y así llego al pensamiento final, que está en la línea del consuelo aplicable a cualquier hecho de nuestro pasado: no debemos entristecernos por lo que se acabó sino alegrarnos de que lo vivimos. Y son ideas especialmente ciertas e intensas en esos casos de sumisos primerizos, porque la realidad innegable es que nadie me puede arrebatar el honor y el placer de haber sido la primera que sacó a la luz esa sumisión dormida o reprimida. Fui yo la primera que metió un pie en sus bocas, la primera que restregó sus partes más íntimas contra sus caras, la primera que abofeteó sus mejillas y azotó sus culos anhelantes de disciplina, y más allá de las prácticas femdom, fui la primera que aparecía en sus pensamientos, en sus sueños y en sus fantasías al despertar cada día y al acostarse cada noche. Y eso, estimados lectores, es algo que jamás me podrán quitar, ni a ellos se les podrá olvidar nunca, porque llevan mi huella aunque yo ya no esté en sus vidas. Con esa sensación agridulce me quedo cuando recapacito sobre este asunto. Como se suele decir, que nos quiten lo bailao. Y les deseo suerte a todos ellos, por supuesto... mientras acallo esa vocecita arrogante que me dice que ya volverá alguno diciendo: lo intenté, pero ellas no son tú.